Historias de una vida en bicicleta.

CAPÍTULO 2: Momentos que llenan el alma

Hoy en día se habla mucho de los beneficios para el medio ambiente y la salud que trae consigo el pasear en bicicleta y sí, en definitiva, ayuda a la conservación al reducir partículas contaminantes, es un excelente medio para ejercitarse o simplemente disfrutar el revoloteo del cabello.

Pero en lo particular, andar en bicicleta es como la vida misma y sus sentimientos básicos. El miedo, el coraje, la tristeza, la alegría y el amor.

El miedo e incertidumbre de que quizás te cruzarás en el camino con la imprudencia y falta de cultura vehícular. El coraje por saber que algunas veces es mejor seguir pedaleando y no mirar atrás. La tristeza, al darte cuenta que recibirás un baño refrescante e inesperado que cordialmente los automovilistas te ofrecen cuando el cielo llora.

La alegría y adrenalina que invade tu cuerpo cuando exploras lugares que no imaginabas que podrías disfrutar tanto, que sin más, tomas valor y te arriesgas a avanzar por alguna bajada tan pronunciada en la que pudiste haber agendado consulta con el dentista pero que como un infante, quieres volver a intentar. 

Por último, y sin restarle importancia se encuentra el amor, aquel que te traiciona y brilla cuando disfrutas del paseo en bicicleta con una agradable compañía, que sin darte cuenta terminas riendo al punto de parecer una foca epiléptica.

Así que, tener una bicicleta pero sobre todo pedalearla es una sensación que como bien dice un eslogan “No lo cambio por nada”; todas aquellas emociones que se experimentan cuando pedaleas no se olvidan sino que esperas volver a pasar por aquel lugar que cambio tu perspectiva de la bicicleta o incluso descubrir lugares y escribir nuevas historias.

 En muchos aspectos, no somos responsables de las circunstancias que nos rodean pero si de la actitud que tomamos ante ellas, por lo que independientemente de la experiencia que hayas o no experimentando en una bicicleta, pedalea, y vive cada momento que pases sobre ella.

JRM